Hay días que pueden ser posibles,
hay otros verdaderamente insoportables, hay días fríos, otros cálidos, hay días
de encuentros, días de amor, días de tristeza, días de nostalgia, días de poca
seriedad (ojala la mayoría fueran así) otros de cumpleaños,
muchos de simple cotidianidad y muy pocos de simple paz. Yo podría nombrar a
través de un millón de palabras toda la clase de días que hay para el mundo;
pero mi interés es único y no se haya en saber la clase de días que vives tú o
que vivo yo. Esto es una simple reflexión. Ahora solo pienso que nadie escribe nada sobre sus días, nunca
dice nada, nunca los clasifican, ni los enumeran de forma particular,
simplemente los viven, los hacen largos y esperanzadores y después los dejan
morir en el pasado. Mi vida siempre ha
sido de días amarillos, en los que se sabe muy poco del futuro, siempre hay algo
seguro y nunca nada se deja en el
pasado.
Alguno de esos días que nunca se
suelen clasificar me encontré un oso de esos de peluche antiguo que solo se
hacen existentes en las épocas de infancia. Yo iba caminando bajo un largo
sendero de arboles rojos, purpuras y azules, el oso desde la copa de uno de los
arboles me llamó tímidamente, cuando lo vi, sencillamente no lo creía. Bueno, pensé,
que poco típico hallarme con esta clase de personajes que solo aparecen en mis
libros de cuentos para niños. Pero ahí estaba con los ojos brillantes, la boca
de una sola hebra y la panza llena de dulces que yo no lograba divisar. La
curiosidad de ver un oso de esta clase me llenó el pensamiento de ansiedad,
entonces me acerqué y le pregunte cual era su lugar en el mundo, en aquel
sendero, en aquel árbol, en aquella copa. Me dijo que los lugares eran
infinitos, invisibles y de vez en cuando inexistentes, sobre todo para él que
solo podía divisar el mundo por fracciones de segundos, cuando alguien lo
evocaba a través de los libros, de los cuentos, de las palabras y de ciertas
poesías.
Me contó la clase de días en los
que había sido evocado, en días fríos, en días de cumpleaños, en días de amor,
días de tristeza, días de nostalgia, días de poca seriedad, días de simple paz
o días amarillos como los míos. Me invitó a que conociera sus días los que se
remontan a la antigua infancia. Me invitó a comer pastel y a llenarme la panza
de dulces como él. Se despidió con un
beso infantil y caprichoso, me contó que el cuento por aquel día había
finalizado y entre los arbustos rojos,
purpuras y azules simplemente
desapareció.
Laura Bustamante.
Que hermoso. El psicoanalisis, ese instrumento tan atacado en estos días es certero, para evocar el entrecruzamiento de recuerdos que nos llenan de nostalgias. Este oso y y tu relato encantador, me llenaron de orgullo y una tristeza, que te evoca intensamente. Muy bien. Ahora lo importante es ser constante. CESAR BUSTMANTE
ResponderEliminarDónde está ahora el señor oso parlanchín de aquellos tiempos.
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