Oleg Oprisco
Tomé el tren mañanero. Me quité el abrigo. Boté los guantes antes de abordar. Me senté al lado de la ventana y miré profundamente y en un eterno silencio el bosque. De repente a través de los enormes pinos que rozaban el cielo con sus ramas, te vi dibujando el mar, mientras el tren avanzaba y avanzaba. Me tomé un momento para despertar, quise dejar de soñarte y encontrar la realidad de nuevo. Entonces volví hacia la ventana y el bosque estaba allí, completamente verde en su esplendor. Y te vi una vez más, bajo un mágico atardecer naranja. Poco a poco el bosque y los altos pinos que rozaban el cielo con sus ramas, se desvanecieron a través de tu figura dibujando el mar.
En un momento inesperado todo se detuvo, abandoné el tren y el panorama era confuso. Tu dibujo lentamente transformaba sin sentido toda mi realidad y sin darme cuenta el tren se había desvanecido y un atardecer surrealista jugueteaba en las olas de mar que tu habías dibujado.
Sentí un profundo sentimiento de nostalgia. Te ame más que nunca y quise estar por siempre en tu dibujo para abrigarme con tu atardecer y llenarme de tu eternidad. Sentí mil deseos de hundir el tiempo. Sentí todo, porque de todo siento junto a ti. Y te abracé, casi infinitamente, hasta que tu atardecer se oscureció. Finalmente tomé el tren de nuevo y me senté al lado de la ventana, miré profundamente y en un eterno silencio el bosque. Y te anhele como nunca. Y te busque para siempre.
Laura Bustamante.
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